11.7.11

Relato. Compras de última hora

Era sábado por la tarde, casi las 8, y yo necesitaba un paraguas. Tenía una idea, tenía un motivo, y tenía una ocasión, pero no tenía un paraguas.

Cuando estás en las afueras de una ciudad que no es la tuya, debes irte al día siguiente a primera hora y no tienes un paraguas..... amigo; estás jodido.

Con mi aspecto de chico serio y de buena familia, con estudios y educación, entré en un comercio de esa misma calle. La señorita con demasiado maquillaje que me atendió, alegó con una sonrisa manchada de carmín que lo sentía, pero en esa mercería no vendían paraguas, y preguntó muy cortés para qué lo quería con esa urgencia, si hoy hacía una espléndida y soleada tarde de primavera.

El ¡y a usted que le importa! Se me atravesó en la garganta, porque debía averiguar dónde podría encontrar un paraguas antes del cierre de las tiendas. Era sábado por la tarde, y me iba de la ciudad en 12 horas y tenía una idea, y tenía una ocasión, y me envió a unos grandes almacenes en la otra punta de la ciudad.

Dejé al taxi esperando en la puerta mientras otra señorita con demasiado maquillaje - ¿cómo se le ocurre a alguien pintarse los labios de naranja?- me sacó de dudas:

- Sí, tenemos paraguas. Uno de oferta, en concreto, plegable, precioso, ¡cabe en un bolsillo!

- No, ese no me sirve. ¿No tiene otro modelo?

- ¡Pero es una monada, caballero! Además es de marca, se pliega en tres partes y tiene su propia fundita a juego.

- Señorita por favor; tengo prisa, necesito un paraguas, y ha de ser de los de toda la vida, largo, no plegable y resistente.

- ¿Y para qué lo quiere, caballero, con tanta urgencia además, con lo espléndida y soleada que está quedando la tarde?

No salía de mi asombro. ¡En esta ciudad clonaban a las dependientas!

- ¡Señora! - mi impaciencia la había casado de repente - ¡Para romperlo!

La dependienta de los labios naranja recordó mentalmente mi árbol genealógico pero me vendió un paraguas largo, negro, de punta metálica, igualito al que usó mi abuelo Luis durante casi 20 años como bastón. Ahora que pienso en él, jamás vi ese paraguas abierto.......

El resto fue pan comido, exactamente igual que lo había visto en aquella película.

Llegué al almacén de electrónica en el que no me habían dado trabajo esa mañana mientras iba despellejando el paraguas ante la mirada atónita del taxista.

Entré en el callejón lateral donde estaba la puerta antipánico.

Esperé media hora a que oscureciera del todo.

Hice un boquete de 5 CMS de ancho con la fresa y el taladro que llevaba en la mochila justo debajo de la barra de apertura.

Introduje por el agujero el paraguas cerrado hasta la empuñadura.

Lo abrí tirando de él hacia mí mientras se expandía al otro lado de la puerta.

Tiré con decisión......y esta se abrió.

Y se abrió desde dentro y no saltó la alarma.

1 comentario:

  1. Este relato, muy bueno por cierto, me suena a colaboración bloguera... o a tremenda inflencia conyugal ;-) Besotes

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