
El maldito cáncer de Andy Whitfield, que le está haciendo por segunda vez someterse a un dolorosísimo tratamiento, y que amenaza cada vez más en serio con llevárselo de este mundo me duele como me dolió ese otro cáncer de Oriana Fallaci, el asesinato de John Lennon o el plácido adiós de Mario Benedetti. Y me duele porque alguien que me hace sentir, que me conmueve, me hace vivir más intensamente, y no puedo evitar pensar que el bueno de Andy nos ha dejado en su interpretación de Spartacus, jirones de esa vida que ahora se le escapa entre las manos, tal y como ya hicieran Oriana con sus libros, John con sus canciones o don Mario con sus poesías. Aunque en momentos como éste quisiera creer en algún dios, para bien o para mal soy agnóstica, así que me estoy ahorrando horas y horas de rezos, pero cada vez que enciendo una vela o derramo una lágrima por Andy Whitfield me digo a mí misma: ¡VIVE! ¡NO PIERDAS EL TIEMPO! ¡NO DEJES PASAR OPORTUNIDADES! ¡SÉ FELIZ HOY, AQUÍ Y AHORA! Lo único en lo que creo firmemente es en que Andy Whitfield se curará si todos y cada uno de los seres que le amamos somos capaces de aprender esta lección de vida que él y su enfermedad nos están dando.
Si conseguimos vivir y disfrutar a tope nuestras propias vidas, pronto le tendremos otra vez luciendo músculos y manejando la espada como sólo él sabe hacerlo en la segunda parte de “Spartacus: blood and sand”. Chicas y chicos, intentémoslo, creo que el esfuerzo bien merece la pena.
Zenia
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